viernes, 13 de noviembre de 2009

ELEMENTOS FORMALES Y COMPOSITIVOS: LENGUAJES

Siguiendo a Wölfflin, hemos visto que pueden hacerse diversas lecturas de las formas arquitectónicas y de la manera en que se articulan, pero ¿cuáles son estas formas?, ¿configuran lenguajes diferentes?, ¿cuáles son éstos?...
Sin duda, el lenguaje arquitectónico más antiguo, mejor codificado y más extendido, tanto temporal como geográficamente, es el lenguaje clásico. El Lenguaje clásico surge con la arquitectura griega y romana, para reaparecer en todos aquellos edificios en los que existe una alusión, por mínima que ésta sea, a los órdenes antiguos. Orden es la sucesión de las diversas partes pertenecientes al soporte y a la cubierta, según reglas referidas a la forma, a la escala y a la decoración. En Grecia aparecieron los órdenes dórico, jónico y corintio, que Roma complementó más tarde con el toscano y el compuesto [FIGURA 1].

FIGURA 1:
ORDENES CLASICOS

Frente a la constatación de la existencia de un lenguaje perfectamente codificado que denominamos clásico, y a la no menos clara evidencia de la realidad de otras manifestaciones arquitectónicas realizadas a partir de otros códigos (Gótico, Futurismo, Modernismo, Expresionismo, Deconstrucción, Minimalismo...), los teóricos se han planteado la necesidad de definir esos sistemas formales, lo que permitiría la posibilidad de seguir construyendo «nueva arquitectura» con más alternativas que las derivadas del lenguaje clásico. Los lenguajes no clásicos, única manera de referirnos a ellos de manera global, presentan unas determinadas características que los diferencian del clásico. Las más remarcables son las siguientes:

FIGURA 2:
Nôtre-Dam-du-Hant

FIG. 3: ASIMETRIA

FIG. 4: CASA TASSEL

  1. Las arquitecturas no clásicas construyen a partir de un catálogo. Es decir, toman en consideración todas y cada una de las soluciones posibles para cada elemento (ventanas, soportes, cubiertas...) y eligen en cada ocasión la más idónea. Tratan los elementos arquitectónicos como accidentes individuales sin preocuparse por la igualdad ni por la simetría entre ellos, remitiéndose únicamente a sus necesidades específicas. A título de ejemplo, véase —a la izquierda— la iglesia de Nôtre-Dam-du-Hant. FIGURA 2)
  2. A lo largo de la historia los lenguajes no clásicos han mostrado una clara tendencia a la asimetría (Torre Einstein, de Erichi Mendelson, de 1920, en Postdam,) frente a la rígida simetría del lenguaje clásico (Palacio de Versalles, siglo XVII, Vresalles). [FIGURA 3]
  3. Frente a la «bidimensionalidad» de los edificios del lenguaje clásico, que por influencia de la perspectiva «quattrocentista» parecen construidos para ser contemplados desde un exclusivo punto de vista frontal, los edificios no clásicos apuestan decididamente por la tridimensionalidad. Estos edificios buscan los escorzos, las inclinaciones, se rechaza el culto al ángulo de noventa grados (Casa Tasel, Bruselas, 1892-1893, de Victor Horta). [FIGURA 4]
  4. Si los volúmenes del lenguaje clásico son bloques macizos, rotundos, recordemos por ejemplo Santa María Novella [FIGURA 5], los volúmenes en los edificios que no utilizan el vocabulario clásico tienden a «descomponerse». Cada parte del edificio, definido por su función, puede cobrar una cierta independencia volumétrica, que se articula a posterior con las demás. Es el caso del edificio de la Bauhaus, en Dessau, construido por Walter Gropius en 1925, en el que los volúmenes correspondientes a habitaciones, estudios, bibliotecas, etc. se articulan siguiendo una directriz quebrada [FIGURA 6]. La descomposición puede referirse asimismo a la planimetría del edificio, como ocurre en el Pabellón Alemán de la Exposición Universal de Barcelona de 1929, obra de Mies van der Rohe [FIGURA 7].
FIGURA 5:
SANTA Mª NOVELLA
FIGURA 6:
BAUHAUS
FIGURA 7
PABELLON BARCELONA
Santa Mª Novella Walter Gropius: edificio de la Bauhaus Pabellón alemán: Exposición Universal de Barcelona, 1929

FIGURA 8:
PABELLON MONTREAL

  1. La descomposición planimétrica o volumétrica de los edificios conlleva otro factor: al no disponer de un punto de vista único desde el cual se pueda aprehender, comprender todo el edificio, el observador se ve obligado a moverse, a desplazarse para captarlo en su totalidad. Este movimiento o recorrido implica un tiempo y éste constituye la denominada «temporalidad del espacio», identificable con la cuarta dimensión aportada a la pintura por los cubistas. En el lenguaje clásico el movimiento era innecesario, siempre existe un punto que nos da una visión completa y clara del edificio.
  2. Por último, señalemos que en la actualidad los lenguajes no clásicos se ven auxiliados por las innovaciones tecnológicas que permiten construir, por ejemplo, audaces voladizos, desafiando la gravedad, y cubiertas a base de caparazones y membranas (Pabellón Alemán de la Exposición de Montreal de 1967, por Frei Otto, [FIGURA 8]), alternativas a las cubiertas planas o abovedadas.

Si bien es posible que estas características se den simultáneamente en un mismo edificio, no es lo habitual. Estos rasgos son, en definitiva, unas reglas contrarias a las que rigen la sintaxis del lenguaje clásico y que, por tanto, están en la base de cualquier código no clásico.

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